Juan Eduardo Thomas Santo Domingo, RD Antes de responder al doctor Ramón Mena se le dibuja una sonrisa, de esas que no te permiten hablar por varios segundos. Cuando encuentra el aliento para responder le salen dos o tres palabras: júbilo, alegría, alegría. Se refiere a qué sienten los médicos cuando un paciente gana la batalla al coronavirus. Cuando concretan una pequeña pero importante victoria ante una pandemia global que ha asustado al mundo derribando mercados, comprometiendo economías y llevando sueños hasta pesadillas. “Se recobran las fuerzas. Júbilo, alegría. Tener un equipo dedicado, con lo mejor que tiene la medicina moderna de hoy y que se te vaya un paciente es desconcertante. No estamos preparados para eso”, admite el doctor, director de la Clínica Siglo XXI, en San Francisco de Macorís, el principal centro privado que le ha hecho frente al COVID-19 en el nordeste. Para llegar hasta aquí, hasta ese instante en que se le humedece la vista al doctor, hay un trecho largo. Uno que primero tuvo que vencer al miedo. “El primer sentimiento que había es de miedo. Esto me va a matar cuidando a otros”, resume el doctor como la impresión que vio en su personal médico cuando la pandemia se les vino encima. Eso llevó a que algunas personas, entre médicos, enfermeras o camilleros, se aislaran. La respuesta fue nunca llamarles cobardes cuenta el doctor Mena desde San Francisco de Macorís, la comunidad que concentra la mayor proporción de muertes en el país: el 26% según los informes del ministerio de Salud Pública. Ese temor también se registró en el personal de cocina, o con el camillero, el técnico de rayos equis. Porque por más título que pueda llevar una persona al final y primero que todo, se trata de seres humanos, advierte el doctor Mena. “Estas últimas seis semanas han sido de mucha humanidad. Hemos peleado pero nos hemos vuelto a concentrar”, relata contando las tensiones internas que ha producido el COVID-19 en la Clínica Siglo XXI, que junto a todo lo que ya sabemos no ha dejado de recibir a pacientes en estado de gestación, a otros con crisis diabéticas o eventos cardiacos. Esas primeras tensiones se registraron por el temor del personal a ser contagiado. “La gente ha ido entendiendo que si me protejo con el equipo adecuado los internos no son los que me van a enfermar, son los de afuera. Los que están en la calle sin mascarillas creyendo que no tienen nada”, indica. Y pone como ejemplo al personal médico que debe ingresar a cuidados intensivos para explicar el cuidado que se debe mantener. “Cuando llega un equipo a intensivos deben entrar como astronautas”, dice bromeando el doctor. Se refiere a los trajes de protección que usan para aislarse del virus. La preparación se hace en grupos de dos, según explica. “Hay una persona frente a ti vigilándote al momento de ponerse los trajes. Todo eso tiene un costo, cuesta mucho dinero”, añade. La organización del trabajo va de la siguiente forma: el personal toma turnos que van de entre 7 y 8 horas. Antes de ingresar se bañan y alimentan bien para soportar el periodo de trabajo. De manera particular se hidratan “con un refresco” que el doctor no menciona, entre risas, para no hacerle promoción. Se trata de uno que contiene sales importantes de hidratación.
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