Un ‘simple’ dolor de espalda la puso entre la vida y la muerte


Bernardina Caba de Polanco fue al médico, tal vez por analgésicos, pero resulta que tenía un cuadro de sepsis (una infección de alto cuidado) asociada a cálculos renales y, por si fuera poco, una neumonía grave. Está viva para contarlo. El amor a Dios y a su familia la ayudaron a vencer la muerte.

Un ‘simple’ dolor de espalda la puso entre la vida y la muerte

Cuando Bernardina cayó enferma su esposo, Rafael, y sus hijos, Yerald y Yesira, quedaron en ‘shock’.  


Marta Quéliz

Santo Domingo

“Dios me dio otra oportunidad de seguir viviendo para un propósito, y para que mi fe y la de muchos crezca. Pero sobre todo, para que otros lleguen a los pies de Jesús por este testimonio”. Es de esta manera que comienza a relatar su historia Bernardina Caba de Polanco.


Aunque fue al médico por un “simple” dolor de espalda, la realidad es que tenía un cuadro de sepsis (una infección de alto cuidado) asociada a cálculos renales y, por si fuera poco, una neumonía grave. Lo que debió ser una consulta en una sala de Emergencia, se convirtió en un internamiento en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de la Clínica Unión Médica del Norte, en Santiago, y con poca esperanza de vida.


Nadie de su familia lo podía creer. “Pero ella estaba bien, ¿cómo fue que se complicó?”, era la interrogante que todos tenían. Su esposo Rafael Polanco, y sus hijos Yerald y Yesira estaban en ‘shock’. Su mente no alcazaba a entender la gravedad del estado de salud de su amada Bernardina.


Ella tenía varios días con esos dolores de espalda, “pero como tengo una escoliosis y dado que tenía un poco más de estrés en el trabajo, pensé que esa era la causa. Me daban dolores de cabeza más frecuentes y me sentía como abrumada, además, en ese momento me dio amigdalitis ¡y craso error! Sin consultar a un especialista, me inyectaron una Diamide 2.4, la cual es un antibiótico muy fuerte que, según me dicen, provocó que la bacteria se hiciera aún más resistente... Pero fuera de eso, pensaba que estaba bien”. No lo dice con lamentos, porque aunque pasó por una prueba tan fuerte, vive para darle la gloria a Dios.


Su historia cae como anillo al dedo a quienes sin saber lo que padecen, se automedican y, lejos de encontrar solución a su situación de salud, la empeoran. Ella trabaja en el área médica y tal vez por ello, explica tan bien lo sucedido. “El dolor estaba acompañado de frecuentes vómitos y malestar general, me trataron con calmantes y medicamentos para las náuseas. Me realizaron pruebas de laboratorio y sonografía, que dieron como resultado que estaba bajando un cálculo (piedra) renal”. Pero las cosas no paran ahí. Al contrario, aquí es que se inicia el calvario que la hizo estar ingresada desde el 28 de febrero hasta el 11 de marzo de este año “con un pie allá y otro aquí”.


Estado muy delicado


Al salir esos resultados relacionados con los riñones, la refirieron a una uróloga. “En espera de consulta me dio otra crisis y me llevaron a Emergencia de nuevo y ahí me dieron hasta convulsiones, y me ingresaron. Ya en la habitación, mi cuadro en vez de mejorar empeoraba cada vez más. Me hicieron otras pruebas cuyos resultados arrojaron que tenía una sepsis en estado muy avanzado y una bacteria en sangre, que ocasionó una neumonía grave (pulmones con mucho líquido), dificultad respiratoria muy grave, diarrea, vómito, riñones muy grandes con infección y retención, órganos abdominales muy inflamados, presión arterial muy baja, azúcar muy baja, plaquetas muy bajas por debajo de 15 y bajando”.


Es una mujer valiente y entregada a su fe, pero sobre todo, es un ser humano que sufría al ver su vida desvanecerse. “En el proceso de preparación para ingresar a Cuidados Intensivos, me dio un paro cardíaco, el catéter central se tuvo que poner en la habitación y no en el quirófano por la gravedad del caso y rapidez con que se tenía que actuar. Seguía en un cuadro muy delicado y pronóstico reservado, los médicos no le daban esperanza a mi familia, le decían que estaban haciendo lo posible, pero había que esperar para ver qué pasaba. Mi presión arterial no subía por más medicamentos que me ponían, igual pasa con mi azúcar. Estaba muy mal”. En esta ocasión sí que flaquea, pues según destaca “toqué el manto de la muerte y vivo para contarlo”. 


“Mi Dios, sé que este puede ser el final; si es así, morir contigo es ganancia”


Fueron alrededor de 15 días de angustia, los que vivió Bernardina Caba de Polanco junto a su familia. No había mejoría, no había esperanzas. Solo abundaban las lágrimas que ella, aun consciente, derramaba en silencio, y las que su familia, en disimulo, dejaba caer antes y después de entrar a verla.


Pero si saber que estaba a un paso de irse a los brazos del Señor la angustiaba, más tristeza le dio aquel día en que su esposo Rafael Polanco, le dijo: “No puedo creer que tú seas el amor de mi vida, y que te vaya a perder”. No fue fácil escuchar aquello. “Él pensó que era una gran prueba o un castigo, a lo que respondí casi sin poder hablar, que todo iba a estar bien, que Dios estaba al control”. Fue el momento en que pudieron llorar juntos. Eso ocurrió un día, cuando a las 11:00 de la noche suplicó que le dejaran pasar porque ya les habían dado a todos la noticia de que quizás ella no amanecería con vida.


Recordar esto y estar hoy contando a LISTÍN DIARIO su historia aumenta su fe. “Porque yo estoy viva por un milagro, para dar este testimonio de fe y de amor”. Lo dice convencida de la misericordia de Jesús para con ella, pues tiene bien claro que pocos se salvan de padecer un cuadro como el que la mantuvo al filo de la muerte.


Sobre la reacción de los médicos al verla fuera de peligro, Bernardina sostiene: “Pues recuerdo que la infectóloga, que es una cristiana, me había dicho: ‘Sabes, a veces pedimos un milagro con mucho fervor al Señor, pero su voluntad es otra’. Luego le dimos la gloria a Dios por mi recuperación. La intensivista se maravilló al ver la forma en que me recuperé”. Al hablar de esta parte aprovecha para agradecer a los médicos el trato recibido.


Dos momentos inolvidables


“Una noche un joven médico se me acercó, incluso se sentó en el borde de mi cama, y me dijo: ‘Sé que no deseas comer, pero a mí me trajeron una cenita y hay una pechuga, te la puedo calentar y te comes un poquito, a ver si tu azúcar sube, pues no ha subido con medicamentos’. Me lo dijo con tanto amor, que acepté y me comí tres pedacitos de esa pechuga, y sorpresivamente, unas horas más tarde, mi azúcar subió y hasta el día de hoy, nunca me ha vuelto a bajar. Creo que el Espíritu Santo movió a este joven a ofrecerme esa cena”. Valora este momento.


Otra experiencia que cuenta es cuando otro día “sentí mucha tristeza y soledad y hasta lloré, de inmediato recordé un versículo de la Biblia que dice: ‘Nunca duerme el que te guarda’, Salmo 121 y dije: ‘Espíritu Santo, Tú estás conmigo, Jesús Tú estás aquí, Dios Tú estás aquí’, y fue como si se me quitara un velo. Mi tripleta perfecta está aquí y comencé a cantar en mi mente y hasta verbal canté, y sentí su abrazo y compañía como nunca. Fue una experiencia maravillosa”. Lo cuenta y transmite esa misma emoción.     


Una amiga murió de lo mismo


A final del año pasado, Bernardina perdió a una compañera que atravesó por el mismo cuadro. “Sé muy bien qué significa una sepsis. Es de los peores diagnósticos que se puede recibir, porque se trabaja contra el tiempo, porque todos los órganos colapsan de manera rápida”. Al decirlo agradece a Dios por darle otra oportunidad de vida. 



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